HACE MUCHOS siglos, en un
pueblo remoto y solitario, había una familia compuestas de tres miembros: un
hombre, un perro y un gato. El perro y el gato convivían amistosamente con su
dueño. Dormían en la pieza, comían juntos y jugaban por las tardes cuando el
sol se ponía tras las montañas.
Esa vida habría seguido
transcurriendo tan feliz cada día, cada semana, cada mes y cada año, si el
hombre no hubiera hallado una perla preciosa, que escondió dentro de una caja
en un lugar secreto. Un ratón astuto la encontró y se la llevó para otro pueblo
a la casa donde vivía.
El dueño del perro y del
gato lloró amargamente, no quería hablar ni comer, y sus amigos del gato y el
perro no hallaban forma de consolarlo, porque no sabían qué le afligía. Cuando
por fin les dijo que le habían robado su perla preciosa, el perro y el gato se
pusieron tristes, y decidieron que había que salir a buscarla.
Un día de otoño en que el
viento soplaba, el gato y el perro, después de superar muchos obstáculos,
llegaron a la casa donde vivía el ratón que robó la perla. Gracias a la astucia
del gato, no tardaron en encontrarla y apoderarse de ella.
En el camino de regreso
tenían que pasar un río muy crecido, y allí se entabló esta discusión entre
ellos:
- Déjame llevar la perla,
porque yo sé nadar – dijo el perro.
- Eso no, yo se la saqué
al ratón, por consiguiente tengo derecho a llevarla – dijo el gato moviendo la
cabeza.
- Pues bien, cruzaré yo
solo y te quedarás tú en esta orilla – le dijo el perro.
- No, no me dejes, por
favor, que yo no sé nadar – suplicó el gato.
Por fin se pusieron de
acuerdo: el perro llevaría la perla en la boca y el gato se montaría sobre el
lomo.
Aquel día de otoño era
muy agradable, el agua estaba transparente, se podía ver a los peces nadando
por el fondo del río. El perro nadaba con facilidad, aun llevando sobre su
espalda el peso de su compañero. Contento, mirando los pájaros volar en el
cielo despejado, el perro iba pensando en la alegría que sentiría su dueño
cuando le devolvieran la perla.
De pronto, un pececito
rojo apareció a su lado y le dijo:
- ¿Estás tomando un baño?
(El perro no contestó.)
- -¿Qué cosa llevas tú
ahí? (Ninguna respuesta.)
Se molestó el pez porque
el perro, que llevaba la perla en la boca y no podía hablar, no le contestaba,
y señalando al gato dijo:
-Hoy, con un día tan
lindo para bañarse, ¿por qué tienes que cargar tú con un vago como ése?
El perro se molestó y
abrió la boca para contestarle al atrevido pececillo. Pero, ay, ¡ay! la perla
se le escurrió de la boca y con un corto sonido “tu-u-tu”, se hundió en las
aguas del río.
Al llegar a la orilla del
otro lado del río, el gato le preguntó al perro, que se sacudía el agua:
-Y la perla, ¿dónde
estás?
- Se ha caído al agua –
contestó el perro con la mirada baja.
- ¿Qué dices?- gritó el
gato-. ¿Cómo fue?
-Ha sido mi culpa –dijo
el perro, y le contó lo sucedido- Yo vi cuando un pez grande se tragó la perla.
- Les pediremos ayuda a
los pescadores, que pronto regresarán con la pesca – dijo el gato.
El viento seguía
soplando, ya el sol iba a esconderse tras la montaña, y aún estaban los dos
amigos a la orilla del río, dormitando y esperando…
Las canciones de los
pescadores los despertaron, y el gato y el perro fueron a su encuentro para
hacerles su petición. Pero en vano, los pescadores se negaron a abrir el
estómago de los peces para encontrar la perla.
El gato, que era astuto,
propuso al perro seguir a los pescadores hasta sus casas para observar cuando
limpiaran los pescados.
Llegaron cerca de la casa
de una familia de pescadores, y el gato se subió a un árbol cerca de la
ventana.
-¡-Eh! ¿Qué es esta cosa?
– exclamó un pescador.
-¡Ah! Es la perla, ¡qué
suerte tenemos! – dijo su mujer
De pronto una sombra les
dio un susto terrible, cerraron los ojos aterrados, y cuando los abrieron, la
perla había desaparecido. Aquella sombra era el gato, y quien se llevó la
perla, por supuesto, era también el gato.
En el camino de regreso,
el perro iba muy triste mientras el gato contento, corría a la casa para
entregar la perla a su dueño. Desde aquel día, el gato fue mimado por su dueño
y el perro en cambio fue castigado. El gato comía, jugaba con el hombre y
dormía junto a la lumbre. El perro, en cambio, tenía que quedarse afuera
cuidando la casa. Las buenas relaciones entre ellos terminaron, y desde
entonces el perro fue el enemigo del gato hasta el día de hoy.