UN CAMPESINO tenía una
parcela de tierra que lindaba con la selva. Cuando llegó la época de sembrar
semilla nueva, una mañana, muy temprano, el campesino salió para su campo a
trabajar. Llevaba su búfalo para que lo ayudara con el arado.
Era un día claro y bello,
los pajaritos en la selva cercana cantaban alegremente. Oculto entre los
árboles, un tigre grande y feroz contemplaba al campesino y al búfalo. El
campesino gritaba para que el búfalo abriera surcos bien rectos, y de vez en
cuando lo fustigaba con un gran látigo para que caminara más de prisa. El tigre
no comprendía cómo aquel hombre tan pequeño tenía dominado un animal tan grande
como el búfalo.
Al mediodía, el campesino
desató el búfalo del arado para que descansara, y fue a acostarse a la sombra de
un árbol. Entonces el tigre se acercó al búfalo y le dijo:
-Oye, ¿por qué dejas que
te mande ese hombre, siendo tú más fuerte que él?
-Porque el hombre tiene
la inteligencia –contestó el búfalo.
-¿La inteligencia? ¿Cómo
es? ¿Puedo verla?- preguntó el tigre.
-Anda y pregúntale al tío
campesino, él te dirá – contestó el búfalo.
El tigre sea acercó al
campesino y le dijo:
-Buenos días, tío. Me han
dicho que tienes la inteligencia y quisiera verla. Enséñamela, por favor.
El campesino se asustó
mucho, pero pronto recuperó la calma y contestó:
-Sí, tengo la
inteligencia, pero hoy la dejé en mi casa.
El campesino pensó un
momento y dijo:
-Pero temo que cuando yo
me vaya te comas mi búfalo, y no podré arar la tierra.
-Vete tranquilo, te
prometo que no me lo comeré – replicó el tigre.
Pero el campesino
vacilaba y al fin dijo:
-Déjame que te ate a un
árbol, así me marcharé seguro de que no lo comerás.
El tigre aceptó, y
permitió que el campesino lo atara a un árbol con las cuerdas de su arado.
Rápidamente el campesino buscó leñas y hojas secas y la apiló al pie de árbol,
y con una antorcho encendida les pegó fuego haciendo una gran hoguera.
El campesino, saltando de
alegría, le dijo al tigre:
-Mira, esta es la
inteligencia, ¿no querías verla?
El tigre empezaba a sofocarse
con el humo, sentía calor y se retorcía. Al ver aquella escena, el búfalo se
echo a reír a carcajadas. Reía tan fuertemente que se cayó, se dio en el hocico
con unas piedras y se rompió los dientes.
Cuando las llamas
quemaron las sogas, el tigre se zafó y huyó corriendo hacia los más profundo de
la selva. Desde entonces el búfalo no tiene dientes en la mandíbula superior, y
el tigre tiene rayas en la piel a causa de las marcas que le dejaron las sogas
quemadas.