ANT AÑO en mi país había
una familia compuesta por dos hijos: Thu, el mayor, y Dong, el menor. Cuando
los padres fallecieron, dejaron por toda herencia a sus hijos una casita, un
árbol de fruta y un hacha. Thu, el mayor, se llevaba muy mal con sus vecinos y
con su hermano. Un día echó de la casa a Dong, quien no poseía otra cosa que el
hacha y el árbol.
Al principio Dong no
tenía ni donde guarecerse de la lluvia, pero con la ayuda de los vecinos y con
el hacha, se construyó una choza al pie del árbol. Dong trabajaba con tenacidad
y cuidaba su arbolito. Pasados unos años, el árbol creció mucho y empezó a dar
unas frutas grandes, dulces, de magnífico sabor. Las frutas atraían a los que
pasaban cerca del árbol, y se las compraban a Dong.
Un día vino un águila
volando, se posó en lo alto del árbol y comenzó a comerse las frutas. Dong la
miró amargamente y le dijo:
-Si te comes mis frutas,
¿qué podré vender mañana para comprar mi comida? Este árbol es todo mi caudal.
El águila le habló a
Dong:
-He comido tus frutas,
pero la pagaré. Ve a tu casa y prepara un saco pequeño y te llevaré a buscar
oro. Mañana volveré.
Y dicho esto, el águila
desapareció en el cielo.
Al día siguiente, el
águila volvió y se posó en el suelo junto al árbol. Dong subió a su espalda llevando
el saco pequeño, y el águila emprendió el vuelo.
Pasaron por encima de
valles y montañas, volaron un día entero por e mar, y al fin llegaron a una
isla desierta cuya arenas estaban cubiertas de pepitas de oro. Tan pronto Dong
recogió algunos trozos de oro y los metió en el saquito, le pidió al águila que
lo llevara de regreso a su país. Gracias al oro, Dong pudo comprar algunas
tierras y una casa.
Cuando Thu, sorprendido,
supo que su hermano menor tenía una casa linda y buenas tierras, se llenó de codicia
y decidió ir a visitarlo. Al oír de su hermano el relato de lo ocurrido, le
propuso cambiarle todas sus propiedades por el árbol de fruta. Como Dong era de
buen corazón, estuvo de acuerdo en cederle el árbol a su hermano.
Una vez en poder del
árbol, Thu se pasó los días pacientemente sentado, esperando el regreso del
águila. Por fin, una mañana, vio al águila le hizo la misma proporción que le
había hecho a Dong. Pero Thu no buscó un saco pequeño, sino un gran saco, tres
veces más grande que el de Dong.
Al día siguiente vino el
águila a buscarlo; Thu y su esposa, con un gran saco, subieron sobre el águila.
Después de volar noche y día llegaron a la isla desierta. Allí recogieron oro
hasta entrada la noche, y no sólo llenaron el saco, sino escondieron trozos de
oro entre sus ropas. Por fin se dispusieron a emprender el regreso.
Cuando iban volando sobre
el mar, el águila se sintió muy cansada por el enorme peso que llevaba, sacudió
las alas e inclinó el cuerpo. El codicioso Thu y su mujer perdieron el equilibrio
y cayeron al mar.