HACE MUCHO tiempo vivía
un terrateniente famoso por su avaricia. Las tierras que poseía eran tan
extensas, que ave que volara de la mañana a la noche no podía llegar a sus
límites. Tenía tanto dinero que no podía contar; sin embargo, vivía pobremente,
sólo se alimentaba con arroz y vegetales, pues no quería comprar patos ni
cerdos para no gastar su dinero.
Un día el mandarín tuvo
que ir a otro distrito en viaje de negocios, y partió en compañía de un
sirviente. A la mitad del camino, llegaron a un río crecido. Era necesario
tomar una barca para cruzarlo. Cuando iban por el medio del río, la barca chocó
con una roca y se hundió. El criado, el barquero y los demás pasajeros llegaron
a nado a la orilla. Pero el terrateniente no sabía nadar y se hundía en el
agua.
Al ver el peligro en que
se hallaba su amo, el criado gritó:
-¡Quien salve a mi amo
obtendrá tres piastras de recompensa!
Al oír esto, el
terrateniente, que hacía esfuerzos por no ahogarse, exclamó:
-¡No, eso es mucho
dinero!
Entonces el sirviente
dijo:
-¡Quien salve a mi amo
obtendrá dos piastras de recompensa!
Ya el mandarín estaba casi sumergido en el río, y
había tragado mucha agua; pero al oír la segunda proposición de su criado, alzó
una mano con un dedo extendido para significar que no daría más que una piastra
de recompensa. En eso una fuerte corriente lo arrastró a fondo del río y se
ahogó.